Texto

Fútbol de ribera

Texto seleccionado y traducido: El Cafè de la Granota / El Café de la Rana

Esta historia me la contó el Viejo Cristòfol veinte años después del suceso que no podía suceder en otro lugar que en nuestro pueblo.

Hace muchos años, una riada del Segre devastó el huerto de Ramon de Tamariu, situado en el extremo de la villa donde confluyen el Ebro y el Segre; entonces, se decidió hacer el campo de deportes. Hasta entonces, los partidos de fútbol se habían celebrado en la era situada en la parte derecha del Ebro, donde se reparaban los laúdes y había humo y malos olores.

Las obras fueron deprisa y el campo quedó precioso; el único inconveniente era el espacio, tan justo que el Segre casi tocaba la portería del oeste y uno de los lados quedaba junto al Ebro, por lo que las pelotas que salían del campo por aquellas zonas iban a parar al río.

Se nombró un encargado de recuperarlas. Las pelotas que caían cerca del borde, las pescaba con un palo; las que iban al río había de cogerlas empleando los remos, y se recordaban partidos en los que el pobre chico había quedado exhausto de tanto ir y venir con la barca.

A las cuatro de la tarde era la hora del partido y los cafés de la ciudad comenzaban a vaciarse.

El equipo visitante había llegado en un camión y era de una ciudad de Los Monegros ―tierra de secano―. Todos los jugadores estaban listos para comenzar el partido.

A la hora en punto, el árbitro dio con un silbido la orden de comenzar el encuentro. El árbitro se había puesto de parte de los forasteros, y los espectadores estaban desanimados.

Al cabo de media hora nos marcaron un gol en un fuera de juego clarísimo y todo el mundo gritaba:

— ¡Animal!

— ¡Estúpido!

Diez minutos después, pitó un penalti en contra de nuestro equipo, evidentemente injusto. El revuelo llegó a un punto crítico, pero, de repente, se produjo un silencio muy tenso. El rumor del Segre era cada vez más fuerte.

Una tormenta estalló inmediatamente.

Ganamos por seis a dos cuando pensábamos que estaba perdido el partido. Porque ¿quién iba a pensar que el Segre crecería tan rápido? El Ebro empezó a inundar el campo de fútbol hasta que cubrió con medio palmo de agua la mayor parte del terreno de juego.

Los forasteros, gente de secano, que no habían visto en su vida aquella abundancia de agua, se amontonaron asustados con el árbitro en la zona del campo donde el agua, por causa de un desnivel del terreno, no llegaba. Y aquella fue nuestra oportunidad. Nunca se había visto algo como aquello: los nuestros continuaron el partido con el agua por el tobillo; cada ataque era un gol seguro. Paramos al sexto, chico; no se trataba de ofenderlos, sino de ganarles. Bastante desgracia tenían, los pobres, de no saber qué era un río.

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Tradución y adaptación del cuento publicado en:

JESÚS MONCADA: Contes. Edicions 62. Barcelona. 2010. pp. 235-243.